El afeitado ha sido una experiencia humana durante 30.000 años. El Homo Sapiens ya se afeitaba con una piedra de sílex, un caracol o un diente de tiburón. Sin embargo, no fue hasta la Edad de Bronce cuando aparecieron las primeras maquinillas de afeitar con forma de disco o media luna.
En el antiguo Egipto, afeitarse era considerado un símbolo de riqueza y poder, por lo que los faraones se enterraban junto a toda su colección de utensilios para afeitar. Durante la Edad Media, el Papa León IX prohibió al clero llevar barba y se exigía a los monjes que se afeitaba una vez al mes con una navaja especial, una hoja sujeta a un mango de madera.
En octubre de 1860, el candidato republicano a las elecciones de Estados Unidos, Abraham Lincoln, recibió una carta de una niña de 12 años, Grace Bedell, sugiriendo que se dejara barba para cubrir su cara delgada y mejorar así su imagen. En la carta, la niña le aseguraba que si lo hacía, convencería a sus cuatro hermanos y a sus padres para que lo votaran. Una recomendación que desde luego siguió.
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